El vino orgánico se instala de a poco en el mercado argentino
Por primera vez hay una variedad amplia de etiquetas, algunas de bodegas tradicionales y otras más modernas, para un público ávido de información más allá del lujo.
Hace una década era impensado incluir la palabra «orgánico» entre las características buscadas en un vino, pero en 2019 el público parece más dispuesto a apreciar copas más sustentables. Ni siquiera los precios, que empiezan en $300, desalientan la curiosidad de los consumidores neófitos.
Seis años atrás, cuando se hizo la primera feria de vinos orgánicos en Buenos Aires, los más curiosos «preguntaban si eran sin alcohol», como recuerda el organizador del evento, Francisco Barreiro, en una charla con minutouno.com.
«Había un desconocimiento total del vino organico en Argentina. Pero el año pasado empezamos a ver que las preguntas eran del estilo de ‘¿esto tiene sulfitos? ¿Qué son los vinos naturales?’ El público empezó a investigar», explicó Barreiro, que ya prepara la sexta edición del evento para el 2 y 3 de agosto en la Botica del Ángel.
Los vinos naturales, por cierto, son los producidos con uvas orgánicas y levaduras indígenas minimizando el uso del azufre como antioxidante (o sea, de los sulfitos culpables del dolor de cabeza) aunque «al hacerlo se desestandariza» la bebida, como explicó Juan Pelizzatti, fundador de Chakana, a minutouno.com.
«Para que siempre sea igual el vino tiene que estar muerto, porque la vida es cambio, es evolución, modificación. El vino natural recupera este proceso: que hay que liberar el gusto, aceptar que el vino va a variar de botella en botella y de mes a mes», agregó.
También están los biodinámicos, que según Pelizzatti tienen «el único protocolo certificable que trasgrede las reglas del capitalismo».
«La agricultura necesita conectar al lugar donde uno vive con las personas que lo cultivan y con las personas que lo consumen. Esa conexión va más allá de la renta. Hay una necesidad de que la calidad del producto tenga un sentido que va más allá del beneficio económico de quien lo produce», explicó el dueño de Chakana.
«Hay una generación joven que critica y pone en duda los métodos de producción del capitalismo tardío y la idea de las corporaciones y de la mentira pública, y trata de recuperar una manera de hacer un poco más auténtica y genuina, y necesita comprobarla», apuntó.
En otras palabras, el consumidor del vino orgánico quiere saber qué se está metiendo en el cuerpo, y está dispuesto a pagar por el sello que certifique esa trazabilidad de la misma manera en que prefiere buscar una verdulería que venda productos sin agrotóxicos.
La paciencia es clave en el mundo del vino, ya sea para educar al público o para transformar un viñedo tradicional en uno orgánico, libre de los agroquímicos que «empujan a la planta en momentos que no respetan el ciclo de la vid».
El proceso para limpiar el territorio y a la vid de todo residuo químico tarda entre seis y 10 años si se tienen en cuenta las experiencias de Chakana, que arrancó en 2012 tras una década de producción tradicional y ahora tiene botellas de $340, o la de Lagarde, que después de un siglo de historia cosechó en 2018 sus primeros orgánicos malbec y rosé que se venden a $330.
También Ernesto Catena Vineyards tiene su etiqueta Animal ($320) hace muchos años y estableció una familiaridad con el público, mientras que Altos Las Hormigas alterna entre las botellas certificadas como orgánicas y las que no lo están.
Lo que ofrece una botella de vino orgánico, por lo general, también tiene un valor simbólico que amerita los $100 que le saca la mayoría de los vinos «de todos los días».
«No es que el vino sea más caro por ser orgánico sino porque cuesta más plata hacerlo. Está en esa gama, no existe el tetra orgánico», convino Barreiro. Resta saber si el consumidor llegará a saber lo suficiente del tema como para elegir pagar un poco más.
«El consumidor, hoy sobre todo los más jóvenes, están muy avidos de información. Tienen más herramientas, como Google, y eso se relaciona con la trazabilidad de los productos. Les interesa y en los productos orgánicos están a la vista. Por eso la tendencia orgánica se expande», convino Ignacio Martínez Landa, director de Marketing de la bodega Domaine Bousquet, a minutouno.com.
El 95% de las ventas de Domaine Bousquet son a Europa o Estados Unidos, pero a $250 la botella la estrategia de la bodega es competir con el «vino convencional» también en Argentina, quizás para llegar al consumidor «que está más enfocado en saber de dónde nace el producto y cómo termina en el lugar en que termina», como apuntó Martínez Landa.
Domaine Bousquet salió al mercado en 2002 con su primera etiqueta para contentar no sólo al consumidor entendido sino también al neófito y al empecinado bebedor todoterreno «porque el vino», aseguró Martínez Landa, «orgánico o no, no deja de ser vino».